Tiger Woods. Cinco triunfos. Cinco años sin un grande. Las certezas que ha otorgado el número uno a lo largo de los últimos meses son casi tan grandes como los fantasmas que comienzan a planear sobre su cabeza. El hombre que ahuyentaba las inseguridades parece ser capaz también de sentirlas, al menos desde el 2008. En Las Vegas, y después del Bridgestone Invitational, su triunfo se paga a 7/2, lo que recuerda a los tiempos de dominio en los que triunfó en catorce escenarios. El récord de Nicklaus en el horizonte, pero sobre todo, para él, una batalla por romper una tendencia negativa. Según está Oak Hill, su putter podría dictar sentencia.
Phil Mickelson. Casi igualando a Woods en la lista de favoritos se encuentra un hombre que viene de realizar el torneo más impresionante de su carrera, sobre todo esos últimos nueve hoyos del Open. Puede que ese sea su principal enemigo en Nueva York. ¿Ha sido Mickelson capaz de digerir un éxito de tal calibre? Si es así, no solo es un claro candidato, sino que puede que sea el que llega en mejor forma. Pudo ganar el US Open –otra vez– y venció en Escocia y en Muirfield. Este jugador recuerda mucho al que ganó el PGA en 2005, el Masters en 2006 y estuvo a punto de volver a hacerlo en Winged Foot unas semanas más tarde.
Adam Scott. El australiano se está convirtiendo en un verdadero especialista en rendir a un buen nivel en las grandes citas, como si supiera el elevar su juego solo para la ocasión. Ahí van unas cifras: en los últimos once grandes cuenta con seis top 10, incluyendo dos segundos puestos, un tercero y una victoria. Scott volvió a estar cerca en el Open después de su memorable playoff en Augusta y llega esta semana dispuesto a vaciar la recámara de su revólver. Viéndole jugar, parece imposible que su carrera se quede con solo un Masters.
Henrik Stenson. El primero de la lista que todavía no cuenta con un grande. ¿Cómo se ha colado aquí? Pues a base de algo de lo que ha carecido los últimos años: consistencia. Stenson todavía no ha ganado esta temporada pero ha estado tan cerca en tantas ocasiones que parece imposible no declararle favorito. Segundo en el Open y segundo en Firestone, detrás de la versión imperial de Woods. No hay secretos en su juego. Va largo y recto con el driver y coge casi todos los greenes en regulación. Eso, con un rough que promete castigar el más mínimo fallo, es una garantía de éxito.
Lee Westwood. Y qué es de una lista de candidatos a un grande sin él. Las razones son las mismas que en el caso de Stenson, solo que a Lee hay que sumarle una ingente experiencia los domingos por la tarde. La última fue dolorosa, cediendo un liderato construido a base de solidez en Muirfield, pero si por algo se ha caracterizado el inglés a lo largo de su carrera es por saber olvidar las malas pasadas y seguir caminando en la dirección correcta. Si el trabajo con Sean Foley –desde hace bien poco– no le ha trastocado el swing del Open, su juego largo también puede darle una oportunidad en el PGA.
Rory McIlroy. El nombre de la incertidumbre. A estas alturas del año pasado nadie se acordaba de aquel joven que ganó el US Open con ocho impactos de ventaja y, entonces, como venido de la nada, apareció en Kiawah Island y barrió a los aspirantes, al campo y posiblemente también la imaginación de todos los que le vieron jugar al golf. En ocasiones parece que el norirlandés funciona mejor cuando nadie cuenta con él y, esta temporada, ha afrontado una presión en la que solo Tiger ha demostrado saber moverse con naturalidad –o por lo menos, ganando–. Nunca se puede dejar de lado a un talento tan grande, aunque los antecedentes estén lejos de ser positivos.
La lista es aún más larga e incluye a hombres que todavía no han ganado un grande (Brandt Snedeker, Hunter Mahan, Dustin Johnson, Matt Kuchar, Luke Donald, Jason Day, Jason Dufner, Ian Poulter…) y a otros más consolidados (Justin Rose, Charl Schwartzel, Keegan Bradley, Graeme McDowell, Bubba Watson…). A menos que Woods le vuelva a poner remedio, la cantidad de jugadores capaces de conseguirlo sigue en aumento. Todo un batallón corriendo a través de un campo de minas, en el que solo quedará uno en pie.
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